La mitología celta es conocida por una serie de relatos de la aparente
religión de los celtas durante la edad de hierro. Al igual que otras
culturas indoeuropeas durante este periodo, los primeros celtas
mantuvieron una mitología politeísta y una estructura religiosa. Entre
el pueblo celta en estrecho contacto con Roma, como los galos y los
celtíberos, esta mitología no sobrevivió al imperio romano, debido a su
subsecuente conversión al cristianismo y a la pérdida de sus idiomas
originales, aunque irónicamente fue a través de fuentes romanas y
cristianas, contemporáneas, que conocemos detalles sobre sus creencias.
- Las hadas y los espíritus en el día de Todos los Santos
A
través de la tradición oral, transmitidas de madres a hijos nos han
llegado la mayoría de las leyendas del mundo celta. Existió en una
ocasión un hombre llamado Hugh King, cuyo rasgo principal era la bondad.
Cierto día, víspera de Todos los Santos, se quedó a pescar hasta muy
tarde, mientras dejaba volar su imaginación pensando en los seres más
fantásticos y soñando con hadas y príncipes.
Cuando esperaba
pacientemente que los peces picaran, vio pasar por el camino a una gran
multitud de personas que apresuradamente recorrían la zona, mientras
reían y cantaban, portando enormes cestos y bolsas.
Sin dudarlo un
momento, el joven Hugh King se dirigió a ellos, ya que su curiosidad
era mayor que el recelo que pudiera sentir, así después de constatar lo
alegres que parecían, preguntó a uno de los hombres que formaba el
cortejo por su lugar de destino. «Vamos a la feria», fue la respuesta
que obtuvo del hombre que iba extravagantemente vestido con un
tricornio en la cabeza y calzado con unas botas doradas. Otro de los
risueños componentes del desfile, le invitó a unirse a su marcha: «Ven
con nosotros y comerás, beberás y bailarás como nunca lo has hecho».
Viendo
lo alegres que todos parecían, Hugh se animó y les acompañó. Enseguida
una mujer le encargó llevar su cesta y así fue con ellos hasta llegar a
la feria, en un sitio oculto en el bosque. En ese lugar, la gente se
había reunido para cantar y bailar, mientras se escuchaban a los mejores
músicos que el muchacho había oído jamás con el sonido de las gaitas y
las arpas surcando el aire; además, en la feria había otras actividades,
en un rincón se habían colocado un grupo de pequeños zapateros que
ejercían su oficio, en otra zona había dos adivinadoras y en el centro
grandes mesas con los más maravillosos manjares.
Hugh estaba
maravillado y su mayor deseo era dejar la cesta para bailar, ya que
había visto a una hermosa muchacha de largos y sedosos cabellos del
color del trigo, que estaba riéndose y bailando muy cerca de donde él se
encontraba. Así fue como al dejarla en el suelo salió de su interior un
viejecillo, un duende feo y deforme que asustó sobremanera al joven.
Sin embargo, cuando habló fue para darle las gracias por lo bien que lo
había transportado, explicándole las numerosas dolencias que le
aquejaban y que le habrían impedido llegar hasta allí si él no le
hubiese llevado en el cesto. Después de darle toda serie de
explicaciones, el duendecillo insistió en pagar a Hugh por su trabajo,
así le echó en las manos gran cantidad de guineas de oro, tras lo cual
le dijo que fuera a pasarlo lo mejor posible y que no se asustara de
nada de lo que oyera o viera.
Cuando Hugh se dirigió a la fiesta
hizo lo que el duende le había recomendado, comió, bebió y bailó,
mientras se lo pasaba en grande. Las horas fueron transcurriendo y Hugh
fue dando señales de cansancio, cuando se recostó en un árbol para
descansar y observar la evolución de la fiesta se le acercó un hombre de
piel oscura y elegantemente vestido, seguido de un grupo de personas
tan elegantes como él. El caballero lo primero que hizo fue coger a Hugh
del brazo y luego le preguntó: «¿Sabes quién es esta gente? ¿quiénes
son los hombres y mujeres que están bailando a tu alrededor? Mira bien y
dime: ¿Estás completamente seguro que no les habías visto antes?», ante
su insistencia Hugh empezó a fijarse en los que habían sido sus
compañeros de bailes y risas, así pudo comprobar con estupor que muchos
eran antiguos paisanos suyos que él sabía per fectamente que habían
muerto tiempo atrás.
Entonces se dio cuenta que lo que él había
considerado túnicas y ropajes vaporosos, en realidad se trataba de los
blancos y largos sudarios que envolvían a los muertos. Ante este
horror, Hugh intentó escapar de ellos, pero no pudo ya que se pusieron
en círculo a su alrededor, bailaron y se rieron; luego lo tomaron de
los brazos e intentaron atraerlo a la danza; mientras la risa se
transformó en un agudo chillido que parecía perforar su cerebro para
intentar matarlo, hasta que exánime cayó al suelo desmayado, en una
especie de trance.
Cuando despertó al día siguiente estaba tendido
en el suelo, dentro de un viejo círculo de piedra que había a las
afueras de su aldea, mientras intentaba despejarse, observando el
amanecer, oyó una serie de cantos siniestros y a lo lejos unas luces
pálidas que se alejaban.
Hugh inició el regresó a su hogar, con el
alma apesadumbrada, pues comprendió que lo que había observado era la
celebración de las hadas y los espíritus de la fiesta de Todos los
Santos, la única noche en que salían libremente de su encierro y que él,
un simple humano, debería haberse quedado en casa para no estorbar su
noche de fiesta.
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